Un sistema de distritos electorales uninominales pequeños lleva a escoger mejor. Permite a los ciudadanos focalizar el escrutinio en un número menor de candidatos
Por Jaime de Althaus Guarderas (El Comercio 1 de Junio de 2007)
¿Qué hacer para prevenir el síndrome Canchaya-Menchola; es decir, la llegada al Congreso de personas sin ética ni vergüenza capaces de nombrar como asesores a allegados, sea para apoderarse de una parte de su sueldo, sea para favorecerlos por razones sentimentales o personales?
Hay dos tipos de medidas. Están, primero, las que tienen que ver con el origen de los congresistas, con la manera cómo son elegidos. Un buen mecanismo de selección filtraría a muchos indeseables. En ese sentido, no cabe duda de que un sistema de distritos electorales uninominales pequeños --en los que se elige a un solo candidato-- lleva a escoger mejor porque permite a los ciudadanos focalizar el escrutinio en un número menor de postulantes.
Walter Menchola era uno de 840 candidatos al Congreso para Lima, distribuidos en 24 listas; y Elsa Canchaya era una de 110 para Junín, distribuidos en 22 listas.
Demasiados postulantes para ser escrutados, lo que lleva al elector a escoger una lista antes que a un candidato en particular (salvo por los relativamente pocos electores que practican el voto preferencial, que también es dañino). En cambio, con un sistema uninominal, tendríamos 20 candidatos si hay 20 partidos, pero el propio sistema lleva a reducir el número de partidos, de modo que a la larga se escoge entre 2, 3 o 4 candidatos.
Pero no es solo el menor número. Es la calidad. En un sistema como este, que premia al mejor candidato y no a la posición dentro de una lista, el partido se preocupa por buscar precisamente al mejor ciudadano, sea o no de sus filas. Y el poder del electorado para proponer candidatos aumenta.
Y, luego, una vez elegido, la exigencia y el poder de fiscalización del electorado son mayores, porque los ciudadanos de cada distrito electoral saben quién es su representante y, por lo tanto, pueden mantener una relación de representación y de control sobre él. Ese parlamentario, más exigido y obligado, no podría darse el lujo de contratar a su empleada o a su amante como asesor. Tendrá que tener un asesor de verdad.
Sin embargo, lo ideal es que no tenga asesor personal alguno. Y este es el segundo conjunto de medidas: cambiar el sistema de asesoría en el Congreso, como ha sido sugerido por Milagros Campos, Felipe Osterling y otros. Esto quiere decir que quien tenga asesores no sea el congresista, sino la bancada, las comisiones y el Congreso como tal (una oficina central de asesoría que brinde toda la información estadística y legal necesaria para fundamentar los proyectos de ley y que emita opinión acerca de su costo-beneficio). Es decir, un sistema profesional, no feudal.
Con esto no solo le ahorraríamos tentaciones a los congresistas, sino que tendríamos menos asesores que en la actualidad, pero especializados y de superior calidad, con el resultado inevitable de unas leyes mucho mejor elaboradas.
1 comentario:
Vamos a creer que la prensa recién se entera de estas cochinadas de Menchola o por fin nos vamos a dar cuenta de la cantidad de dinero que se gastó durante la campaña para tener callados a todos estos piratas que ahora gritan como novedad lo que callaron cuando eran el momento. Ojalá sigan hablando todo lo que la gente con dos dedos de frente ya sabe a ver si por lo menos se salvan por colaboración eficaz (me refiero a los de la prensa) antes que siga cayendo su credibilidad
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